Texto por: La Prima.
Ilustraciones por: María José Guzmán.
Hola bellezas, les escribe La Prima, una de esas parceras que con frecuencia está al alcance de una llamada o un mensaje para sentarse en la palabra y tejer aprendizajes en conjunto —o bueno, quizá sólo para hablar y pasar el rato sin muchas ínfulas de sabelotodo ni pretensiones absolutistas—.
Hoy creo que ya he perdido la cuenta de cuántas veces he escuchado decir —especialmente en voz de mujeres y mujeres jóvenes— que tal o cual persona tiene un cuerpo perfecto, un cuerpo hermoso, refiriéndose en la mayoría de los casos a hombres y mujeres que gastan mucho dinero y tiempo en el cuidado y la vanidad.
Estas personas se ayudan de los medios de comunicación, las industrias de la cultura y —una nimiedad más— un sistema que usa como molde de lo ideal, de la belleza, de la inteligencia, de la perfección a un cierto fenotipo, una idiosincrasia, una forma de ver el mundo: la perspectiva europea; pero tengamos cuidado, no todos los pueblos europeos porque, en todo caso, sigue siendo demasiado ambiguo; digamos mejor la perspectiva europea colonial.
Así, hemos leído y escuchado que el hombre es la medida de todas las cosas. Pero ¿cuál hombre?, ¿el hombre vitruviano de da Vinci (1490)?, y, ¿qué pasa con la mujer? Parece un simple y entendible olvido o una exclusión relacionada con la época. Como reconocemos con nuestros abuelos y abuelas, que no es que sean o fueran muy respetuosos con ciertas diferencias, por ejemplo: con los diferentes colores de piel, el género, la orientación sexual, la identidad sexual… El canon de belleza de las 7 cabezas y media (que desde la antigua Grecia representa como una medida ideal un cuerpo con ese número de cabezas de pies a testa y la misma medida de brazo a brazo cuando están extendidos de par en par) parece haberse transformado un poco, pero continúa en la misma línea, con una intención de homogeneizar la percepción de la belleza, ignorando y/o invalidando otras bellezas.
Y bueno, bellezas, ustedes podrían decir que es una exageración, que esas cosas sucedieron hace muchos años, que las cosas han cambiado mucho; y pues, yo diría que más o menos. Si tenemos en cuenta que aún nos regimos y utilizamos prácticas y conocimientos que se encuentran en la Biblia, el Corán, La Torá, El Banquete, en la historia de la antigua Grecia y el antiguo Egipto, ¿por qué, entonces, decidir no reconocer que también nos influencia fuertemente el conocimiento de la Europa colonial, más si aún estamos en un periodo de colonia cultural, académica y económica?
Y sí, bellezas, ya vi venir una montaña de comentarios al respecto. Por eso traeré un par de ejemplos —y digo un par pues sólo serán esos—, que sucedieron dentro de Caldas, y que perpetran como la pequeña punta de un gigante iceberg. Obviamente por cuestiones de protección de identidad los nombres se cambiarán por seudónimos:
Alguna vez en una noche de copas callejeras hablando con una amiga, ella me preguntaba —un poco alicorada— sobre qué era lo bello del cuerpo negro. Debo decir que era un cuestionamiento profundo que ella misma se había hecho pues su piel es oscura, y que me mostró una imposibilidad de percibirse bella. Por más que me esforcé no logré que ella pudiera reconocer la belleza negra. Su argumento era que siempre la belleza negra era reaccionaria a la belleza blanca o hegemónica, y que si se le consideraba bella a una persona negra era porque tenía facciones o características vinculadas con la belleza blanca: narices angostas y pequeñas, dientes pequeños, cuerpos delgados, cabello liso… Y bueno, al averiguar un poco sobre su infancia, nos percatamos que su mamá, una mujer blanca, desdeñaba de la piel oscura con frases como: «Tan linda, lástima la piel» acompañadas de un evidente malestar hacia la piel oscura. Esto provocó que ella, mi amiga, pasara su infancia y su adolescencia con ganas e intenciones de ser más clara de piel.
Aunque alguien quisiera decir que es un caso aislado o algo individual, podemos encontrar muchos más ejemplos en nuestra propia familia o en familias de amigos o amigas, como animadversiones, menosprecio o, en algunos casos, condescendencia con las personas afrodescendientes o indígenas, al punto de incorporar a nuestro lenguaje cotidiano expresiones como negriar cuando te pasan por alto, negro ni el teléfono, o utilizar la expresión mucho indio a modo de insulto.
Bellezas, no es algo que me invente o que solo surja en las miradas paranoicas de unas pocas —como algunos sugieren—, muestra de ello es lo que le sucedió a Luisa. Ella creció entre Anserma y Manizales, —una niña con piel muy clara y ojos claros—, cuenta que ella era la envidia de algunas primas de piel oscura. Ellas querían aclararse por los comentarios que hacían tíos y tías e insultos que recibían dentro de sus colegios. En particular recuerda que sus primas le hacían caso a un tío que les decía que para aclarar la piel lo ideal era tomar baños de leche, y que entre más baños tomasen más clara se iba a poner la piel.
Muchas personas de piel oscura pasan su vida reconociendo la belleza que muchas otras personas ignoran por diversas razones, quizá por eso dicha belleza se considera reaccionaria, pues se vuelve también un modo de defensa contra comentarios ofensivos, menosprecios y expresiones hirientes.
Y si estos casos suceden en nuestro país y en algunos países latinoamericanos mientras muchas mujeres se tiñen el cabello de rubio, en el continente negro encontramos situaciones como las de Senegal, en donde las mujeres negras se aclaran la piel para estar más acorde con el paradigma europeo de la belleza. Su piel se blanquea un poco y las consecuencias se perciben con un aumento en los casos de afecciones dermatológicas y cáncer de piel en el país africano. Simplemente para encajar en lo que se supone que es la belleza según los medios de comunicación y los productos culturales.
Por si acaso quieren conocer un poco más del tema, les recomiendo ver Belleza blanquedad, un documental que retrata cómo algunas mujeres negras en África buscan aclararse la piel, reconociendo —en el imaginario colectivo— la tez menos negra como sinónimo de belleza, de poder y de riqueza y, desconociendo la posibilidad de que otros tipos de representaciones se perciban socialmente con similar prestigio a los cuerpos hegemónicos.
La diversidad de cuerpos es la diversidad de bellezas, de la imperfección como realidad humana, y así —como personaje de Kundera o de Bolaño— la belleza del cuerpo está en lugares poco comunes, en la verdadera intimidad, en la que nos percatamos del silbar torcido de ella o de él, de su párpado caído, de su oreja impar, de lo que podríamos llamar sus defectos o, como dirían los ninjazz de Aranjuez en Medellín. «defectos especiales».