La curandera Ángela Milena -4

Las Curanderas, guardianas de un saber Ancestral

Texto y fotos por: Valeria CiprianoCortesía archivo Colectivo Medea

En el pabellón de Plantas Medicinales de la Galería, en el corazón de la ciudad, una tradición se conserva a la par que un mundo externo se transmuta aceleradamente: la práctica de sanar cuerpo y alma al ritmo de la naturaleza. Se ejerce la resistencia contra las farmacéuticas y la persecución del alivio inmediato de cualquier malestar sin importar el impacto de esta industria en el entorno y los propios cuerpos. Este es el ejercicio de Las Curanderas.

El Colectivo Medea, conformado por Paola Valera (La Estenopeica) y Susana Serrano (Sunset), llegó a cinco mujeres que son el sostén de estos conocimientos ancestrales, quienes se oponen al sistemático olvido. A través de un proceso de investigación y creación, construyeron un espacio íntimo para la recuperación y visibilización de esta memoria en el cual, a lo largo de una semana, cada curandera tuvo su espacio para abrir diálogos alrededor del conocer y reconectar con un conjunto de plantas escogidas con propósito. A través de talleres y de una exposición colectiva buscan romper la ceguera urbana que nos impide contemplar la riqueza de nuestra flora y fauna y reconocer en las plantas, además de un ser vivo, una fuente inagotable de sanación.

“Cada una de ellas presentaba estas diez plantas que se vuelven la identidad de cada una, esto con el fin de construir un espacio íntimo que les permita a las personas ver estos beneficios, sentir y valorar este conocimiento”, dice Susana Serrano. 

¿Por qué son las mujeres quienes, incansablemente, permanecen al pie de este saber, vendiendo medicinas naturales y transmitiendo su sabiduría? La respuesta es un eco que resuena con la tierra. “Es un conocimiento generacional, y la mayoría de ellas son mujeres que vienen del campo”, explican. Esa conexión intrínseca con la naturaleza que forjó su niñez se ha transmitido como un tesoro, convirtiéndolas en las custodias de un saber vital.

Mujeres como Martha Lucía Giraldo, Graciela Valbuena, Blanca Emilce Salazar, Ángela Milena Hurtado y Lina Hurtado ofrecen sus productos y abren sus brazos al mundo. “Están dispuestas a recibir visitas de todo el mundo y a compartir”, enfatiza Susana. No es necesario comprar, basta con el deseo de aprender. Porque este saber, como quedó claro en los talleres, reside en nuestro ADN, aunque a menudo lo invisibilizamos. Estas mujeres curanderas están listas para guiar la construcción de herbarios, a compartir sus secretos y, sobre todo, a sentirse acompañadas por una comunidad que reconozca el inmenso valor de su legado. El Pabellón de Plantas Medicinales es, en sí mismo, una invitación abierta: a tomar un tinto, a escuchar historias, a comprender los beneficios que la madre tierra nos brinda a través de sus hijas, las plantas.

La Plaza de Mercado de Manizales es mucho más que un lugar de transacciones. Es un espacio familiar, un crisol de historias que dan forma a la identidad de la ciudad. Escuchar a Ángela Milena decir “yo me traje mi canasto y aquí crié mis seis hijos” es entender que estos lugares son ricos en un valor simbólico, un patrimonio que merece ser visibilizado y protegido, porque allí está enraizada parte de nuestra cultura.

El colectivo Medea busca reintegrar a los habitantes de la ciudad con este espacio, que puedan reintegrarse con esta plaza de mercado que es, a la vez, un centro cultural. La Galería, parte de la memoria manizaleña, está siendo invisibilizada. “Retomar estas prácticas también nos hace sentir, valorar el territorio y el espacio diferente”, afirma Susana. Manizales no es solo una ciudad caótica e imponente para la gente del campo, es también vida. Una que pulsa en sus espacios cargados de valor simbólico, en el encuentro físico con plantas, especialmente con las medicinales, que abren la mente y la percepción de lo que somos y de lo que es esta ciudad y las montañas y el campo a su alrededor.

La concepción de esta experiencia preparada por el Colectivo Medea y Las Curanderas posee una metodología innovadora, la de “investigación-creación” que busca reconectar lo humano con lo no humano. Su primer paso fue identificar la «ceguera» que nos impide relacionarnos con las plantas. Luego, se propusieron diálogos entre el ser humano y el mundo vegetal, “entre lo que no es humano, pero que constantemente percibimos, sentimos, olemos, tocamos y está en presencia con lo humano”, dice Susana.

Para ello, se empleó la técnica del lumen print, una forma de capturar la esencia de las plantas desde la percepción visual. Esta técnica permitió a los participantes convertirse en botánicos álmicos, en un despertar que busca reivindicar el saber ancestral de las curanderas y el valor de compartir un espacio íntimo.

Esta pieza de arte colectivo, que invita a todos a ver y reclamar, es la culminación de un esfuerzo por “encontrar cómo reconectar y aprender y enseñar también ese tipo de reconexión y revaloración de conceptos históricos, identitarios, patrimoniales y, bueno, desde la colectividad”. Es un viaje que invita a mirar, ver y observar de manera diferente, a descubrir que un diente de león puede crecer entre las ranuras de un andén, y que en esa aparente insignificancia, hay un fragmento poderoso de vida.

Para quienes viven en Manizales y para los visitantes la propuesta es clara: aventurarse hasta el Pabellón de Plantas Medicinales para tener una experiencia liberadora y enriquecedora. Para repensar el turismo y el habitar la ciudad, se invita a ser parte de una ruta que vaya más allá de lo superficial. “Las historias que habitan dentro de esas edificaciones son las que realmente le dan vida a la identidad de la ciudad”, sostiene Paola. El olor a café que emana de la plaza, el reconectar con la memoria campesina de los ancestros, todo se entrelaza en una vivencia única.

La invitación que nos extienden estas mujeres es a explorar, a revitalizar estos espacios que son de todos. Preguntar, hablar con las curanderas, tomar una aromática, aprender de plantas, flores, raíces y tallos, sumergirse en los sonidos de la plaza. Es una forma de “turismo real” y un acercamiento consciente al valor y los tesoros que residen en cada persona y en cada rincón de esta vibrante ciudad.

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