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Zarku, la voz indígena arhuaca que resonó en Manizales y la COP16

Texto por: Tatiana Guerrero

Fotografías: Andrés Camilo ValenciaTatiana GuerreroZarku Izquierdo

Zarku Esther Izquierdo ha usado sus tacones perlados apenas dos veces en su corta vida. La primera vez fue en su graduación en medio de las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta. La segunda en Manizales cuando debutaba como turista en la fría y empinada ciudad.

En ambas ocasiones, la incomodidad y la inseguridad que le provocaban los tacones la obligaron a deshacerse rápidamente de ellos. Esa segunda oportunidad que les dio no fue por gusto propio, sino por cumplir los caprichos de su madre, quien le sugirió que los usara para verse más elegante durante La Cumbre de Niños, Niñas y Jóvenes por el Cambio Climático, a la que fue invitada por el área cultural del Banco de la República de Manizales, cuatros días antes del inicio de la COP16 en Cali. 

Zarku, de 18 años, tiene raíces arhuacas; uno de los 115  pueblos indígenas que habitan en Colombia, y se comunica en dos lenguas: Iku (materna) y español. Proviene de Nabusimake, ubicado en el Cesar, y también es conocido como la capital de los arhuacos, y  poéticamente como el “lugar donde nace el sol”. Era la primera vez que la joven se alejaba de su territorio, para adentrarse a una ciudad tan antípoda de su hogar. 

Llegar hasta la ciudad del Ruiz, le tomó un día y tres escalas en avión, donde avizoró con sorpresa la fauna de morfologías de los viajeros que esperaban en los aeropuertos: contexturas delgadas, gruesas, altos, cabellos rubios, lisos, ondulados, pieles blancas, etc. Incluso, llegó a creer que las personas calvas padecían cáncer, pues en su comunidad no existe tal condición.


El primer contacto que la joven indígena había tenido con una urbe, su arquitectura y sus agitadas vidas, había sido a través de la pantalla de un televisor. Zarku ya había visto edificios imponentes, personas con trajes formales, cúpulas que coronan el cielo y autos que cruzan a toda velocidad. 

Ahora, esa realidad distante se desplegaba ante sus ojos. Todo estaba ahí: los autos veloces, la imponente catedral, las personas impecables. Sin embargo, no todo era desconocido. Tanto la Sierra como Manizales están hermanadas por una fenotípica común: los nevados, las montañas, la niebla, y la perpetua capa de nieve que cubre el Kumanday y también los picos Arwawiku y Chundwa que se alzan en su tierra de origen.

Un pedazo de la Sierra en Manizales

Zarku evoca una paloma mensajera que lleva consigo un recado de esperanza; siempre envuelta en una tradicional manta blanca refuerza este símil. Desde los 12 años, la joven lidera en su comunidad Aty kwūkumūke, un proyecto medioambiental al que llamó Aula Viva Zayura (semilla) Kia (endémica), vivero dedicado a la conservación de especies nativas. Su misión es crear y alimentar un espacio donde los jóvenes y niños arhuacos se conecten profundamente con la tierra, el agua y los árboles, guiados por la sabiduría de los mamos; los sabios del territorio.

Ella explica que el vivero se encuentra en una tierra erosionada por años de prácticas agrícolas, ganaderas y de quema indiscriminada ejecutadas por campesinos. A pesar de esto, están trabajando por revitalizar esos suelos áridos mediante la siembra de especies endémicas de Kūnkuku (Guandul) , morotū (tipo de palma), unkū (algodón), ayu (hoja de coca), y bechū (fique). 

“El mamo decía que esa tierra no tiene que estar seca, tiene que ser productiva. Ninguna tierra es mala. Ahí nos preguntamos: ¿cómo hacemos para recuperarla? Nos dimos cuenta de que con prácticas ancestrales, buscando esas semillas endémicas se puede restaurar la tierra, salvar y crear nacederos ”, cuenta la líder. 

Su activismo y liderazgo han trascendido su territorio, lo que la llevó a realizar su primer y más reciente viaje a la capital caldense, en el cual compartió su mensaje desde la Sierra, inspirando a niños y jóvenes a buscar soluciones para mitigar los efectos de la crisis climática mundial.

“Si queremos generar un impacto, hay que volver al origen: a la tierra, al agua, al aire. Somos el reflejo del entorno que nos rodea. Cuando ya no estemos, el agua seguirá su curso”, resonó la voz profunda de Zarku el 16 de octubre en el Teatro 8 de Junio de la Universidad de Caldas. 

Está convencida de que es fundamental cambiar el pensamiento, el cual compara con una semilla que hay que cuidar y nutrir para que el árbol que germine dé frutos sanos que alimenten a toda una comunidad. Zarku cree que no es necesario traer voces de lugares lejanos cuando en Caldas también habitan otros pueblos originarios de los cuales las ciudades pueden aprender y adaptar sus prácticas tradicionales. “Los occidentales ignoran eso y no aprovechan el conocimiento que tienen tan cerca. Hay bastantes pueblos y las personas pueden aprender de ellos de distintas maneras”.

Aunque su mensaje es optimista, la arhuaca confiesa que su comunidad ya no proyecta lo que sucederá en el futuro, pues la degradación del planeta es un hecho innegable. “Desde un principio, el padre del universo repartió las tierras a todos los continentes: Asia, Europa, África, y así sucesivamente. La misión de cada uno era cuidar la casa, pero con el tiempo hemos visto que la casa se ha descuidado. En algunas partes ya observamos contaminación en los ríos, montañas de basura, sobreexplotación minera, destrucción de nacederos, creación de represas, extensiones de ganadería y mucho más. Nos estamos dando cuenta de que ya no hay aire puro, que el agua necesita tratamiento, y en algún punto no habrá tierra”, dice con firmeza Zarku.

Después de sobrevolar Manizales y sentir el vértigo en el Cable Aéreo, avistar el río Chinchiná, sorprenderse por algunas huertas urbanas, sentarse en una tienda y pedir un bocadillo envuelto en bijao para evitar contaminar,  Zarcu voló nuevamente, pero esta vez hacia Cali, para participar en un evento de la COP16, que este año tuvo como epicentro la capital vallecaucana. 

Uno de los puntos clave de la agenda de este evento es promover la mayor participación de los pueblos indígenas y las comunidades locales, en línea con el convenio de 1992 que reconoce a los ídem como importantes custodios de la biodiversidad. 

Sin embargo, en la presentación a la que asistió la joven arhuaca fue la única representante indígena de su generación. “Eso me entristeció, porque había adolescentes y niños, pero no había más indígenas presentes. Uno se pone a pensar en cuántos grupos hay en Colombia. Además, noté que muchas personas aún no han desarrollado  conexión con la tierra y son insensibles ante ella”.

Zarku ya se encuentra en su aldea, en su pequeña maleta se llevó una serie de aprendizajes y nuevas versiones sobre la ciudad y sus dinámicas. Además, expresa estar feliz por retornar a su tierra y a su tradicional dieta de consumo (guandul, guineo, granos, hortalizas, maíz..), pues en los pocos días que estuvo fuera, su estómago nunca se adaptó a la gastronomía caleña ni manizaleña. 

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