AB Fnx y MYNM crecer sin pedir permiso 21 (1)

Juan Sinatra en Manizales: el rap que se cuece a fuego lento

Texto por Andrés Felipe Rivera Motato

Fotos por Andrés C. Valencia 

En la tercera edición del evento Mala Yerba Nunca Muere, realizado en Manizales, una ciudad que está hirviendo en su propio caldo creativo, Juan Sinatra subió al escenario de la discoteca Gozque con la seguridad de quien ha pasado más tiempo en el estudio que frente al espejo. No se vistió de estrella, ni lo necesita. Su presencia es otra —silenciosa, afilada, íntima— y su rap, como su café favorito, se sirve caliente y sin adornos.

Juan Sinatra no está aquí para ser importante. Él mismo lo dice con una mezcla de ironía y sinceridad cruda: “No es importante que me conozcan… simplemente estoy ahí para aportar lo mío” y así lo ha hecho. Desde los sótanos del Hueco en Medellín, hoy sonando por el país, incluídas tarimas de Manizales, sin levantar demasiado polvo, pero dejando rastro. Uno que huele a loops, barras y amor propio.

Para entenderlo hay que imaginar el laboratorio sonoro en el que un productor se cansa de pasarle fuego a otros y decide encender el suyo. Juan comenzó como rapero y se convirtió en productor por necesidad. “La necesidad de las pistas me llevó a ser productor”, dice. Luego regresó al micrófono por derecho propio. En el camino se topó con Prodigy (Mobb Deep), Wiz Khalifa, Freeway, Caskey, Millyz y Jadakiss. Su trabajo lo llevó a consolidarse en la industria, produciendo para figuras como Juanes, Rauw Alejandro, Eladio Carrión, Zion & Lennox, Ryan Castro, pero Doble Porción y Crudo Means Raw fortalecieron su visión. “Verlos rapear al lado mío me antojaba. Me decían: ‘Usted va a rapear, hágale’. Y yo terminé haciéndolo por mí, porque me lo debía”.

Su historia, como toda la buena música, no es lineal. Es una espiral de ensayo y error, de sacrificios personales, de silencios que suenan y ritmos que se sienten. Cada track que lanza es una confesión cuidadosamente diseñada, lejos del algoritmo y cerca de la experiencia vivida. Como él mismo explica, “cuando hago un álbum no hago 500 canciones y escojo 15, hago 15 pensadas. Cada canción tiene un propósito”.

Sin buscarlo, ha terminado siendo un puente entre dos mundos: el del beatmaker prolífico que produce tres canciones al día, y el del artista visceral que lanza una canción cuando algo le arde adentro. “La producción es un juego de números. Lo artístico es otra cosa. Yo no pienso en volumen. Yo pienso en significado”.

Juan no cree en consejos, al menos no en los que se dan con dedicatoria. “Nadie me aconsejó nada”, dice. “Pero la vida me enseñó amor propio. Caemos mucho en el síndrome del impostor. Postergamos lo que sabemos que debemos hacer”. Esa es su ética: amor propio como salvavidas y gasolina.

En su radar musical hay espacio para la calle y el legado. Si tuviera que llevarse tres artistas colombianos a otro planeta, menciona sin titubear a Mañas, Crudo y… Juanes. “Es que Juanes es Juanes. Es Colombia”. Un rapero que respeta el pop y no se sonroja por ello es alguien que ha hecho las paces con su identidad. Su gusto, como su obra, es incluyente. No es purista, pero sí honesto.

La escena nacional lo emociona. Medellín está en ebullición y Manizales, según él, “tiene la misma efervescencia”. No habla como turista. Habla como alguien que reconoce el movimiento, porque lo ha vivido en carne propia. La cultura, dice, “está brutal”.

Cuando se despidió de Revista Alternativa lo hizo como todo lo demás en su vida: sin pretensiones. “Un saludo. Y un consejo: solo amor. Solo amor”. Lo dice alguien que ha pasado por la montaña rusa del arte sin bajarse a mitad del viaje. Y en un mundo donde todos gritan, Juan Sinatra sigue siendo el tipo que susurra… pero lo hace con ritmo.

Postdata: No intente clasificarlo. Juan Sinatra no está buscando etiquetas, ni premios, ni trending topics. Está construyendo algo que no se puede googlear: una obra con alma, sin ansiedad. Y eso, en estos tiempos, ya es mucho.

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