El renacer de San Diego donde la paz teje su propia historia-7

El renacer de San Diego: donde la paz teje su propia historia 

Texto y fotos por: Valeria Cipriano

No hace mucho tiempo atrás, cuando la vida aún se sentía en una lenta reconstrucción luego de tantos meses en pausa, me aventuré con un grupo de jóvenes curiosos por un camino un tanto incierto al Oriente de Caldas. Muchos no sabíamos de la existencia de este territorio cercano al Magdalena Medio: el corregimiento de San Diego. 

Viajando desde Manizales por carreteras agrietadas y angostas, atravesamos el páramo y grandes montañas escarpadas de abundante bosques nativos y finalmente llegamos a Norcasia en una noche lluviosa. El pueblo se encontraba en un ajeno silencio donde únicamente se escuchaba el eco de los pocos bares abiertos aledaños al parque central. En esa primera parada, aprovechamos el tiempo de descanso y nos preparamos físicamente para lo que nos esperaba el día siguiente. 

Al despertar nos saludó la mañana con un cielo completamente nublado, emprendimos nuevamente nuestro camino por las carreteras angostas de la región. Nuestro propósito con aquel viaje no solo era adentrarnos a territorios desconocidos, era también aprender sobre la historia de violencia en Caldas de la mano de sobrevivientes del conflicto armado en Colombia. 

Una vez llegamos a San Diego, luego de casi una hora y media de viaje, nuestro guía turístico, un sandiegueño comprometido con resignificar la memoria de su territorio, perteneciente a la agencia de turismo Trocha y Laguna, nos esperaba en el parque central del corregimiento. Realizamos un pequeño recorrido por los alrededores y nos relató la historia local. 

Fundada en 1903, en la época de la colonización antioqueña, San Diego prosperó gracias a sus diversos cultivos, siendo el café su vocación más fuerte. Sin embargo, a partir de 1980, la economía samaneña (gentilicio de Samaná, municipio al que pertenece San Diego) se vio diezmada por la ruptura del pacto internacional del café en 1989. A pesar de las dificultades, los sandiegueños siempre buscaron salir adelante con los recursos que les brindaba la región, incluyendo la explotación maderera y, especialmente, la minera.

Aproximadamente 20 años atrás, la violencia del conflicto armado colombiano desgarró cruelmente la vida de sus habitantes, dejando cicatrices profundas en el alma de este territorio. Con vestigios de lo que alguna vez esas mismas calles lucieron tiempo atrás, nuestro guía recordó los estrictos toques de queda impuestos por los grupos armados. 

En el viaje conocimos también a Doña Jesús, una madre sobreviviente. Ella es una mujer audaz, alegre y de una sonrisa que contagia. Con una tranquilidad que no pudimos compartir nosotros, nos relató cómo estuvo a la espera durante veinte años de encontrar a su hijo, víctima de desaparición forzada. En 2022, luego de un arduo trabajo por parte de la JEP y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), le fueron entregados sus restos. Al terminar nos habló también, sonriente y esperanzada, de su deseo de ayudar a otras madres.

Bajando sobre dos ruedas sobre una calle empedrada y un tanto lisa por las lluvias de los días anteriores, la vista colosal de la laguna de San Diego nos recibe con unas aguas apacibles que reflejan el cielo despejado. Nos adentramos en sus bosques que la rodean y en un silencio meditativo e íntimo, mientras el eco de la voz de nuestro guía resonaba por entre las altas copas de los árboles.

Años de historia se encontraban sepultadas bajo la tierra que pisábamos con cautela, haciendo –quizás– un imaginario en nuestras mentes de lo que eran estas tierras veinte años atrás: una laguna cementerio rodeada de explosivos ocultos, un territorio prohibido para los mismos lugareños y un escondite estratégico para las fuerzas armadas. San Diego ha renacido de esas mismas cenizas provocadas por un fuego ajeno, un fuego con culpa y mucho dolor. Sin embargo, ese dolor ha motivado a los sandiegueños a salir adelante y resignificar ese pasado para construir su nuevo presente.

El 2 de febrero de 2002, ocurrió la desaparición forzada colectiva de seis personas, incluyendo un adulto mayor y un joven, entre ellos el hijo de doña Jesús. Fermín Marín Bedoya, Alcibíades Osorio Grisales, Jorge Abel Botero Marín, José Jesús Cubillos (Chepe) y Nesteiner Idárraga Arcila, son los nombres de las víctimas de esta incursión.

Históricamente  esta no ha sido la única, por eso el deseo de doña Jesús de ayudar a otras madres. Las diversas incursiones de los grupos armados a lo largo de décadas marcó profundamente a San Diego, generando significativas pérdidas materiales, debilitando el tejido social y minando el espíritu de sus pobladores:

  • 1990: Entrada de las FARC-EP (Frente 47 de las FARC) en la región, en plena crisis cafetera.
  • 1998: Aparición de cultivos ilícitos e ingreso de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio.
  • 2001: Destrucción de la vereda Venecia tras enfrentamientos entre las FARC-EP y el Ejército. El puente del Río Manso fue dinamitado en varias ocasiones y, en 2004, fue destruido por completo.
  • 2003-2004: La vereda El Congal sufrió ejecuciones extrajudiciales y combates entre el Ejército y las FARC-EP, resultando en la muerte de civiles, guerrilleros y paramilitares.
  • A partir de 2001: Las minas antipersona comenzaron a ser utilizadas sistemáticamente para el control territorial.
  • A partir de 2004: Se registra la mayor cifra de personas desplazadas del municipio, con 7,989 personas llegando al corregimiento de Florencia. El fuego cruzado entre el frente 47 de las FARC y grupos paramilitares del Magdalena Medio se extendió por el dominio de los caminos.

Visitar San Diego es adentrarse en un santuario donde el verdadero significado de la paz se teje en las cotidianidades, en la intimidad de cada hogar y el pulso de cada corazón que allí habita. Es un aprendizaje que se vive y se siente, una revelación de que la construcción de la armonía no es un concepto abstracto, sino una labor diaria, forjada con el calor del espíritu y esculpida con las manos de la gente.

La relevancia de posar la mirada del corregimiento y en tantos otros pueblos olvidados radica en la necesidad de visibilizar sus realidades. Estos territorios, que antaño fueron escenario de crueldad y desgarramiento, hoy tienen mucho por contar. Su presente no es el eco de un pasado violento, sus habitantes son el testimonio vivo y vibrante de superación y esperanza.San Diego se erige como un ave fénix, renaciendo de las cenizas de su propia historia para reconstruir la memoria desde la paz.

Su transformación es un faro para Colombia y el mundo, una prueba palpable de que incluso en los lugares más golpeados, la voluntad humana puede sembrar y cosechar la convivencia en armonía, convirtiendo el dolor en una fuerza motriz para construir un futuro luminoso. Hoy, el corregimiento ha logrado transmutar esas marcas de sufrimiento en un tapiz de resiliencia y paz.

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