Texto por Andrés Felipe Rivera Motato
Fotos por Andrés C. Valencia
La Universidad de Caldas, a través de su Taller de Ópera, presentó «Las Soledades de Guillermo», una obra que le hace homenaje a la idiosincrasia costeña y al realismo mágico de Gabriel García Márquez. La obra, a su vez, es una experimentación con el teatro musical de Manizales que dejó al público de pie aplaudiendo durante más de un minuto.
Desde el primer instante, el Teatro Los Fundadores convirtió el tablón en un lienzo donde la cumbia colombiana cobró vida en la ciudad. Lejos de ser un concierto, esta propuesta interdisciplinar entrelazó ópera, danza, teatro y música sinfónica para narrar una historia fantástica que desde el comienzo fue magia. Canciones emblemáticas como «El Pescador», «La Piragua» y «La Pollera Colorada» fueron el hilo conductor de una experiencia que reinterpreta el folclor con una sensibilidad contemporánea.

La mente maestra detrás de la dramaturgia y dirección escénica fue Germán Camilo Díaz Fajardo, docente adscrito al departamento de artes escénicas de la Universidad de Caldas. En una conversación tras bambalinas, Díaz Fajardo compartió la génesis de esta ambiciosa producción: «Es una obra que creamos en el Taller de Ópera de la Universidad de Caldas desde hace aproximadamente cinco años. Se hizo por primera vez hace dos años, y ahora tuvimos la oportunidad de volverla a hacer realidad, pero mucho más impactante.»
El director enfatizó la evolución del montaje, destacando una propuesta escénica, escenográfica, de iluminación, coreográfica y vocal que superó las expectativas iniciales. «Los arreglos musicales son muy interesantes y muestran precisamente esa delicia y esa ricura de lo que es la idiosincrasia de la costa atlántica colombiana», añadió.
La inspiración para esta inmersión en el Caribe colombiano no fue otra que la obra de Gabriel García Márquez. «Nos encantaron las historias de Gabriel García Márquez y estábamos precisamente en un momento en el que se estaba haciendo una celebración sobre él», explicó Díaz Fajardo. Para el equipo creativo, era necesario «retomar esa historia que nos llevaba precisamente al realismo mágico y, teniéndolo en cuenta, todos esos ritmos atlánticos de la costa atlántica que son tan estremecedores, que le permiten a uno compartir y alegrarse de tantas cosas». El director resaltó la capacidad de la literatura garciamarquiana para «crear algo que pareciera tan rutinario, cotidiano, pero que es excesivamente extraño y extrafalario, y que nos permite imaginar y soñar un mejor mundo».
Uno de los mayores desafíos, según Díaz Fajardo, fue el trabajo colaborativo con un equipo tan numeroso y diverso, que incluyó a la Orquesta Sinfónica, la Big Band, el colectivo Danza Lab y actores invitados, sumando un total de 165 participantes entre músicos, técnicos y artistas. «Trabajar con muchísima gente, trabajar con otros directores y pensar siempre en que el público no solamente se satisfaga como espectador, sino también que sienta algo que nunca había sentido antes», confesó el director, resumiendo el deseo intrínseco de todo creador artístico.
Respecto a si el montaje final estuvo a la altura de sus sueños, Díaz Fajardo reflexionó con humildad: «Uno siempre imagina que las cosas pueden mejorarse, porque todos somos perfectibles, mucho más las obras de arte. Pero ya cuando uno la presenta, uno sabe que eso que presenta ante el espectador es la obra inacabada, pero que la acaba el espectador y la completa a su gusto».

Un aspecto particularmente fascinante de la producción fue el meticuloso trabajo con los acentos costeños. Manizales, alejada geográficamente del Caribe, presentó un reto. «El trabajo que ellos hicieron para poder incorporar un acento que no es el propio fue muy interesante», reveló Díaz Fajardo. Muchos de los artistas, que no son actores de profesión sino parte del coro del Taller de Ópera, tuvieron que investigar y «buscar precisamente para poder conocerlos, para poder saber cómo es el molde, cómo es el trabajo técnico que se debe hacer para la realización de un acento». Este proceso, lejos de ser un mero ejercicio técnico, «les cambia la voz, les cambia la corporalidad, les cambian los gestos, se vuelven muchísimo más abiertos de lo que particularmente son. Entonces es una ganancia del trabajo escénico que ellos vienen desarrollando», concluyó el director, destacando la inmersión total de los intérpretes en el universo costeño.
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«Las Soledades de Guillermo» es una experiencia multisensorial que invitó a la imaginación, a la música y al arte interdisciplinar. Con esta propuesta se dejó una huella profunda en el público de Manizales. La cumbia, el realismo mágico y el talento caldense se unieron para mostrar que el arte, en sus infinitas soledades, puede conectar y embriagar al espectador de maneras inesperadas.
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