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una banda sonora - teatro petra - fitm2023 2

Una banda sonora que retumba

Texto por: Rafael Santander

Fotos por: Andrés C. Valencia

Contenido coproducido con Que Hacer Cultural

Recientemente vi en WhatsApp una frase que dejó una amiga en su estado, seguramente comentando el conflicto entre Palestina e Israel. La volatilidad de aquel formato me impide reproducir las palabras exactas y reconocer su autoría. Aún así, me parece importante dejar esta oración a modo de epígrafe, tan pertinente para el momento histórico que vivimos, para esta semana de Festival Internacional de Teatro de Manizales y para iniciar un comentario al montaje teatral de la compañía Petra que inauguró la versión número 55 del festival con su obra Una banda sonora, presentada este 20 de octubre en el teatro Fundadores. La frase rezaba algo así: «A los poetas nos gustaría escribir sobre los pájaros, pero las bombas no nos dejan escucharlos».

Aquí se condensa de manera apropiada el compromiso político de los artistas, menos vocacional de lo que se piensa, mucho más relacionado con las dificultades propias del creador con su entorno: las dificultades de la composición en medio de la barbarie hacen de esta una musa. La obra de arte es denuncia, no porque quien se dedique a crear sea activista, sino porque sin el silencio que permite la creación de toda música, la única obra posible será la queja ante el ruido.

Ruido como el que está tan presente durante el montaje de Una banda sonora. Este concepto que viene del audiovisual y nos remite a épocas de antaño en las que el cine todavía se distribuía en cintas de celuloide no hace referencia exclusiva a la música de una película, como se piensa comúnmente, sino que se refiere a la totalidad de su sonido: voz, efectos, música y ambientes.

La experimentación formal de Petra en esta ocasión consiste en la implementación de una banda sonora completa para la obra, lo que representa un reto actoral: el de coreografiar todas las acciones y sincronizarlas con el sonido, como si se tratara de una danza. Adicional a esto, al estar la narración ubicada en el contexto de una ciudad en guerra, el ambiente sonoro es tan estridente con sus disparos, explosiones, banda marcial, camiones y tanques, que los diálogos de los personajes no alcanzan a escucharse. Incapaces del diálogo, la voz de los personajes regresa a un estado previo al del lenguaje articulado, hay gritos, llanto, risas, unas pocas palabras y aún más escasas oraciones.

Algunas posiciones puristas del teatro consideran que su esencia reside en el cuerpo y la voz de sus intérpretes, más que el texto de los diálogos y el argumento de la historia. En Una banda sonora, al establecer la situación dramática de la ciudad en guerra y decidir inundar con este sonido el espacio, el director Fabio Rubiano crea un dispositivo narrativo que le permite hacer que naturalmente los personajes deban comunicarse mediante gestos e interjecciones.

Esta abundancia de ruido, así como el ritmo veloz de la acción dramática, no dejan tiempo ni posibilidad de reflexión para el público. La obra no ocurre en medio del vacío, sino de la saturación. Por exceso o déficit el efecto es el mismo. Y ante la dificultad de interacción mediante el diálogo que la puesta en escena impone en los personajes, el cuerpo es el que debe expresar. La decisión directoral tan apropiada puede traducirse como comentario: la guerra, parece afirmar Rubiano, nos devuelve a un momento prelingüístico.

Mucho ignoramos sobre esta familia sin apellido que protagoniza la historia. No tenemos claro, por ejemplo, si había una convivencia sana antes de que llegara la guerra, ni siquiera sabemos cuánto lleva esta, o si acaso la guerra ha estado desde siempre ahí y, por ende, la comunicación en la casa nunca ha sido posible. Este universo parece creado a partir de la idea implícita de que sin comunicación estamos en un permanente estado de guerra. Y a falta de lenguaje hablado, aparece este lenguaje del cuerpo, y un cuerpo completamente vulgarizado que se usa como herramienta, como señuelo y como arma de guerra; cuerpos que entran en contacto unos con otros como promesa o preámbulo de relaciones sexuales; no hay caricias, no hay cariño, no hay protección y, por estas mismas razones, los contactos se niegan.

Los cuerpos de estas cuatro hermanas y su usufructo, las intrigas amorosas, el reconocimiento del placer y del cuerpo propios, así como la maternidad, el reconocimiento del cuerpo ajeno y la búsqueda del cuerpo desaparecido son elementos claves de la obra. En los placeres corporales, específicamente el sexo y la danza, las cuatro mujeres que protagonizan la obra encuentran su forma de resistir al entorno violento que las viene deshumanizando desde antes de iniciar la narración.

El planteamiento dramático y la exploración formal de Una banda sonora son fascinantes, pero el producto genera algunas dificultades. Las convenciones que establece la banda sonora genera confusión. Por ejemplo, la música que escuchamos durante las fiestas: ¿Está dentro del universo o fuera? ¿Si está dentro por qué nadie la pone a sonar? ¿Y si está fuera por qué los personajes la escuchan? Otro comentario más general tiene que ver con la sensación de que la expresividad corporal del elenco es desaprovechada: solamente el personaje de la hermana menor llama la atención con su movimiento, a medio camino entre bailarina y contorsionista. Los demás cuerpos sí se comunican e interactúan, pero solo los movimientos de ella son plásticos y expresivos.

Con relación al argumento la historia es difícil de seguir, algunos momentos son ambiguos, es mucha la información que hace falta y que hay que completar con imaginación. Sinceramente, esto no resulta problemático. Por el contrario, me agrada la idea de dejar vacíos o ambigüedad para que la mente del espectador trabaje también. Queda la pregunta, eso sí, por esa falta de claridad, si es intencional o si es resultado de una dificultad en comunicar la información.

Esa respuesta solo la tiene su director.

Pese a estas asperezas —que al fin y al cabo son de índole técnica—, Una banda sonora es un trabajo que destaca, sobre todo, por la exploración y experimentación formal que propone y que Petra como compañía busca constantemente, por la inteligencia del texto que suscita tantas ideas y comentarios, y por la manera como el argumento logra traducirse en ideas escénicas que, aunque se perciben como tradicionales para un iniciado, resultan novedosas para un público habituado a montajes más convencionales en el que la narración se encarga de hacer el trabajo sucio.

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