Texto e ilustraciones: Isabella Jaramillo Hurtado

Soy Isabella Jaramillo Hurtado, nací en Manizales, Caldas, el 16 de julio de 1999. Mi fuerte como artista está en el dibujo análogo y la pintura, especialmente el óleo sobre lienzo. Es lo que más he practicado y donde siento que mejor me expreso.
Además de estas dos áreas, hace poco empecé a meterme en el mundo de la ilustración digital. Es algo nuevo para mí, pero me está gustando explorar las posibilidades que ofrece. Básicamente, mi trabajo se centra en lo análogo, pero estoy abriéndome también a lo digital.
Mi trayectoria artística realmente comenzó de una manera un poco incierta. Para ser honesta, al principio no era algo que anhelara profundamente. Me sentía bastante perdida sobre qué camino tomar en la vida. Sin embargo, a los 18 años, decidí inscribirme en la carrera de Artes Plásticas en la Universidad de Caldas.
Fue allí donde realmente comenzó todo. Al principio, entré con mucha incertidumbre, pero a medida que pasaba el tiempo y me involucraba más con las clases y los proyectos, empecé a darme cuenta de que había tomado la decisión correcta. Por fin había encontrado un espacio donde podía expresar todas esas cosas internas que llevaba conmigo.
Recuerdo especialmente un ejercicio del segundo semestre, donde al inicio de clases tenía que hacer un dibujo de un monstruo de juguete que me prestó el profesor, yo nunca había dibujado antes de entrar a la carrera y hasta ese momento no había aprendido mucho. Al principio me sentía muy insegura, las proporciones no me salían y sentía que mis trazos eran torpes, en definitiva no fue mi mejor dibujo. Pero luego hubo una clase en particular al final de semestre donde debía dibujar la catedral y el ejercicio era mostrar el primer dibujo de aquel semestre que era ese pequeño monstruo junto a la catedral.
Logré capturar la catedral de una manera que antes me parecía imposible. La sensación de ver el avance técnico que tuve en solo seis meses fue bastante gratificante. Fue en ese momento, creo, que algo hizo clic en mí. Sentí que a través del dibujo podía conectar con la realidad y traducirla a mi propio lenguaje visual. Esa experiencia con el dibujo, aunque al inicio me generó dudas, fue crucial para darme cuenta de que las artes plásticas eran el camino que quería seguir.
Definir mi estilo artístico ahora mismo es algo que todavía siento en evolución, pero tengo una dirección clara hacia dónde quiero llevarlo. Más que definirlo como algo estático, prefiero hablar de mi aspiración: busco crear un punto de encuentro entre el realismo y el surrealismo.
Mi meta es lograr representar la realidad con una precisión que atrape al espectador, pero al mismo tiempo, inyectar elementos oníricos, inesperados o incluso ilógicos que provoquen una reflexión más profunda. Quiero que mis obras tengan una base reconocible, algo que nos ancle a lo tangible, pero que a su vez nos transporte a un universo donde las leyes de la lógica se desdibujan y la imaginación toma el control.
Aspiro a construir escenas que parecen posibles en un primer vistazo, pero que al detenerse a observar, revelen una capa subyacente de misterio, simbolismo y una poética visual que trasciende lo puramente mimético. Es en esa tensión entre lo real y lo irreal donde siento que mi voz artística puede encontrar una expresión única y resonante.
Mi acercamiento a mi técnica artística se dio de una manera bastante natural, impulsada por una fascinación que llevo sintiendo desde hace años por el surrealismo. Siempre me ha atraído la idea de plasmar situaciones y emociones que son profundamente reales, pero no de una forma literal. Siento una necesidad de llevar esas experiencias internas a un plano visual que tenga una capa más íntima y personal.
Es por eso que mi proceso se ha ido inclinando hacia la incorporación de un cierto juego visual a través de los objetos y símbolos que incluyo en mi obra. Busco elementos que puedan tener múltiples significados o que, al ser colocados en un contexto inesperado, generen una nueva lectura de la emoción o la situación que quiero transmitir. No se trata de deformar la realidad por completo, sino más bien de encontrar esos pequeños quiebres o alteraciones que nos invitan a mirar más allá de lo evidente y a conectar con la obra desde un lugar más intuitivo y emocional. Es como si quisiera susurrar la realidad al oído del espectador, utilizando un lenguaje visual que roza lo onírico pero que siempre tiene su raíz en algo genuinamente sentido.
Mi trayectoria expositiva ha sido un camino que ha ido de la mano con mi formación en artes plásticas. A lo largo de mi carrera, he tenido la oportunidad de compartir mi trabajo en varios espacios importantes aquí en Manizales.
Desde los inicios de mi carrera, tuve la alegría de exponer en la Casa de la Cultura del centro, un espacio significativo para la vida artística local. A medida que avanzaba en mis estudios, mi obra también encontró lugar en el Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona, un entorno que siempre me pareció muy hermoso y que acogió diversas propuestas artísticas de la comunidad universitaria y más allá.
En la etapa intermedia de mi formación, tuve la oportunidad de exponer con la guía del profesor Carlos Fierro que estuvo brindándome su apoyo y conocimiento, esta exposición se realizó en la Alianza Francesa, un espacio que siempre ha promovido el intercambio cultural y artístico. Después, realicé mi primera exposición individual esta vez con la guía del profesor Sebastián Rivera que me acompañó y enriqueció mi proyecto artístico, esta exposición tuvo lugar en la Rotonda de Bellas Artes, un punto de encuentro para muchos artistas y un lugar de tránsito que permitía que mi trabajo llegara a un público diverso.
Todas estas exposiciones en Manizales han sido peldaños importantes en mi trayectoria, brindándome la valiosa experiencia de compartir mi visión artística con otros y de recibir retroalimentación que ha enriquecido mi proceso creativo.
En los últimos meses, he tenido la hermosa experiencia con varios compañeros de fundar un colectivo de arte. Esta iniciativa ha sido bastante gratificante ya que contamos con la valiosa colaboración de varios artistas, lo que ha generado un espacio de intercambio creativo y aprendizaje mutuo.
Además con este colectivo llamado Global, he tenido la maravillosa oportunidad de exponer mis obras durante el último mes en Cebolla Estudio.
Con mi trabajo busco principalmente poner sobre la mesa el tema de la salud mental y la importancia de aprender a navegar por todo nuestro espectro emocional. En una sociedad actual que a menudo nos empuja a una constante búsqueda de la felicidad y a «vibrar alto» todo el tiempo, siento que se deja de lado una parte fundamental de nuestra experiencia humana: la tristeza.
Para mí, la tristeza no es un enemigo a evitar, sino una emoción tan natural como la alegría. Todos experimentamos dolor, miedo, soledad, ansiedad… Son sentimientos que, aunque socialmente no estén bien vistos o se tachen de «negativos», forman parte intrínseca de nuestra condición humana.
Por eso, en mis obras, mi intención es precisamente dar espacio y voz a estas emociones que a menudo son silenciadas o negadas. Busco plasmarlas de una manera que invite a la reflexión y a la aceptación. Quiero que el espectador pueda conectar con esas partes de sí mismo que quizás intenta ocultar o reprimir. Mi trabajo es una invitación a reconocer la validez de todo lo que sentimos, entendiendo que incluso aquello que consideramos «negativo» tiene un lugar en nuestro ser y puede ser una fuente de aprendizaje y autoconocimiento.
«¿Qué sentía? Sentía. Sentir era su especialidad. Sentía con la cabeza, con el corazón, con el cuerpo, con la memoria, con el olvido. Sentía que sentía. Sentía que no sentía. Sentía que tal vez sintiera. Sentía quee antes sentía. Y así iba sintiendo su no entender», Clarice Lispector.
Mis referentes son dos artistas que admiro profundamente y que han influido en mi manera de entender y abordar la creación.
En el ámbito pictórico, mi gran referente es Miles Johnston. Su obra me impacta por la atmósfera tan particular que logra crear. Sus dibujos y pinturas a menudo presentan figuras jóvenes en entornos oníricos y melancólicos, con una técnica de realismo impecable pero con elementos sutiles que perturban la normalidad, generando una sensación de misterio y una profunda carga emocional. La manera en que maneja la luz y la sombra, la delicadeza de sus trazos y la forma en que sus personajes parecen estar inmersos en sus propios mundos internos conecta mucho con mi propia búsqueda de plasmar emociones y estados de ánimo introspectivos. Siento que su trabajo logra capturar una belleza inquietante, una fragilidad que a la vez es poderosa, algo que aspiro a transmitir en mis propias creaciones.
En cuanto a la literatura, mi referente es la inigualable Clarice Lispector. Su prosa tiene una capacidad única para explorar las complejidades del ser humano, las emociones más sutiles y los momentos de epifanía en la vida cotidiana. Una frase suya que vibra profundamente con mi interés en las emociones es: «Sentir es el cuerpo pensando». Esta frase encapsula la conexión visceral que existe entre nuestras sensaciones físicas y nuestros estados emocionales, una idea que constantemente exploro en mi trabajo visual.
A veces me siento como un laberinto de espejos, donde cada reflejo muestra una emoción diferente, a menudo contradictoria. Un instante estoy inundada de una alegría desbordante y al siguiente, una sombra de tristeza puede oscurecerlo todo sin previo aviso. Creo que esa es la naturaleza intrínseca del ser humano: un universo emocional en constante movimiento, donde la euforia y la melancolía coexisten, donde la rabia puede disfrazarse de miedo y la soledad puede susurrarnos al oído incluso en medio de una multitud.
Durante mucho tiempo, intenté catalogar mis emociones, separarlas en «buenas» y «malas», queriendo aferrarme a las primeras y desechar las segundas. Pero con el tiempo, he empezado a comprender que todas tienen su lugar y su razón de ser. La tristeza no es un pozo oscuro del que hay que escapar a toda costa, sino a veces un valle necesario para el descanso y la reflexión. El miedo no es debilidad, sino una señal de alerta que nos protege. Incluso la rabia, si se canaliza de forma constructiva, puede ser una fuerza impulsora para el cambio.
Es en este reconocimiento de la complejidad emocional donde encuentro la importancia vital de cuidar nuestra salud mental. No se trata de negar o reprimir lo que sentimos, sino de aprender a navegar por este intrincado paisaje interior con comprensión y gentileza. Es darnos permiso para sentirnos vulnerables, para buscar apoyo cuando la carga se vuelve demasiado pesada, para escuchar las señales que nuestro cuerpo y nuestra mente nos envían.
Así como podemos cuidar nuestro cuerpo con ejercicio y una buena alimentación, nuestra salud mental necesita atención y cuidado constante. Es un proceso continuo de autoconocimiento, de aceptación de nuestras luces y nuestras sombras, de aprender a ser amables con nosotros mismos en cada recodo de este viaje emocional. Porque al final, entender y cuidar nuestras emociones no solo nos permite vivir una vida más plena y auténtica, sino también conectar de manera más profunda y significativa con los demás.
Agradezco a mis padres y personas cercanas por el apoyo en todos estos años y tropiezos.
A mis seis animales que han estado ahí brindándome su compañía.
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