Texto y fotos por: Valeria Cipriano
Era la una de la mañana, Izzi y yo recorríamos media ciudad para llegar a nuestras casas luego de un largo día de trabajo. En ese momento hablábamos sobre nuestros sueños e inquietudes, como también la importancia del arte para subsistir en este mundo tan hostil. El conductor que nos transportaba guardaba un sepulcral silencio, quizás escuchándonos o ignorándonos.
Izzi me contaba con entusiasmo cómo fue su primer día en un taller de costura al que se inscribió y de su sueño de convertirse en diseñadora de modas. Le respondí que también me gustaría aprender a coser, ya que podría reparar mi ropa con facilidad, así como mi abuela lo hacía.
Aquello quedó resonando en mi cabeza por el resto de la noche, por minúsculo que pareciese. Una vez llegué a casa, empecé a cuestionarme todos esos pequeños detalles de nuestras vidas actuales: el privilegio actual que algunas mujeres tenemos al poder decidir qué hacer con ella. Inmediatamente pensé en mis ancestras y el arduo recorrido que tuvieron que atravesar para encontrarme en mi posición actual.
Pensé en aquellas mujeres que hace 70 años en Colombia lograron que la Asamblea Nacional Constituyente (ANAC) aprobara el voto femenino y en cuánto ha cambiado nuestras vidas desde entonces.
Sin embargo y, a pesar de tantos avances, 1 de cada 3 países no han hecho ningún avance en derechos de mujeres desde 2015 y 18 países han presentado retrocesos en los mismos. Siendo 2.700 millones de mujeres a nivel mundial que viven en países con restricciones legales que les impiden tener los mismos trabajos que los hombres –según datos proporcionados por ONU Mujeres–.
Ese mismo malestar me llevó a querer salir a las calles, a movilizarme en juntanza y a gritar con dolor todas esas injusticias que a día de hoy nos siguen azotando. Recuerdo esa primera marcha a la que asistí y el extraño sentir que implícitamente pertenecía a algún lugar, a alguna causa. Y, sin conocer a nadie, sabía que no me encontraba sola.
Rememoro esa segunda marcha a la que asistí el 25 de noviembre de 2024, fecha conmemorativa del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, muchas asistentes vestían prendas negras y entre sus manos arropaban un velón blanco. Estábamos de luto por los 745 feminicidios hasta la fecha en Colombia.
Nos encontrábamos en el Parque de la Mujer preparándonos para salir a marchar. Mientras la tarde nos prometía lluvia, nuestra atención seguía dirigida a escribir sobre nuestros carteles y a pintarnos las pieles de morado. Y, así fuéramos menos o más de las que esperábamos, igualmente recorrimos la ciudad con nuestra furia intacta.
Frases como “mi cuerpo, mi templo”, “somos el corazón de las que ya no están”, “somos el grito de las que ya no están”, “¡por nosotrxs, por lxs que vendrán, por lxs que ya no están, 745 nombres para no olvidar!”, “infancia trans libre” acompañaron la marcha pacífica por la Avenida Santander.
“Van a volver,
Van a volver,
Las balas que disparaste van a volver.
La sangre que derramaste la pagarás.
Las mujeres que asesinaste no morirán.
¡No morirán!”
Los sonidos de las maracas y de las voces unidas de la juntanza, apaciguaron el efecto adverso de hacer estos espacios nuestros y gritar como muchas veces no se nos permite, para decir que estamos aquí presentes recordando la vida arrebatada por las violencias machistas hacia todas las mujeres y personas con experiencia de vida trans.
Las miradas y gritos de desaprobación de algunos transeúntes, se hicieron presentes una que otra vez, pero también el apoyo de quienes pasaban por allí y presenciaban la marcha, ya fuera desde el balcón o desde las ventanas de los edificios. Mujeres de tercera edad sonreían y aplaudían, como felicitando silenciosamente a quienes tenían las agallas de salir a las calles a gritar aún las existentes injusticias.
Para Stefany Posada, una de las asistentes de la marcha, la gente debe ser consciente de que “nos están matando y estamos omitiendo el hecho. Nada más alzan la voz cuando es alguien muy cercano”.
“Señor, señora.
No sea indiferente
que matan las mujeres en frente de la gente”
“Es importante siempre recordar todas las situaciones que abarcan nuestras realidades. Empezando por un sistema médico que apertura nuestra voz en sus términos y en sus narrativas, negándonos la posibilidad de existir y de ser desde nuestras formas. Siempre se nos impone sí o sí terminar un tránsito. Es un procedimiento muy violento para las personas trans porque somos quienes nos vemos cuestionades por simplemente no iniciar un proceso hormonal o no querernos encasillar dentro de un sistema que nos impone cómo actuar o qué debemos tener en la cuerpa”, expresó Juliana Tijeras.
Recuerdo que en medio del silencio que envía la Torre del Cable, aquel día presenciamos el performance que mostraba cómo una mujer era ultrajada y violentada por una figura masculina, terminando en cómo sus personajes principales se despojaron de las vendas que cubrían no sólo sus ojos sino también sus realidades.
Coreando la canción que se volvió un himno para las feministas “No me toques mal” de Isabel Ramírez La Muchacha la noche se despedía de nosotras. Entre velas y flores de colores, se hizo un pequeño altar donde se dispusieron carteles y hojas con los nombres de las 745 mujeres asesinadas.
“Quiero caminarme la selva entera
Sin miedo a la oscuridad
Devorarme tus carreteras
Juntar en mi grito el grito ‘e mis muertas
Para tumbarte la guerra”.
– No me toques mal, La Muchacha
Para Natalia Mosquera Giraldo, colaboradora de la Colectiva Feminista de la Universidad de Caldas, es importante que se abran estos espacios de manifestación que históricamente se nos han sido negados a las mujeres. “Juntarnos para poder abrazarnos y para sentir que no estamos solas porque muchísimas veces hacemos el llamado a la denuncia, pero pocas veces nos damos cuenta que nuestras compas que no denuncian, que son asesinadas por feminicidio o no lo cuentas es porque están solas. Su entorno y familia son personas patriarcales que han aceptado toda la violencia machista”.
La cifra actual de feminicidios en Colombia, según datos del Observatorio de Feminicidios de Colombia, en lo que va del 2025 se ha presentado un aumento aproximado del 50% en comparación con el mismo período en 2024.
Cifras que descaradamente como colombianos nos hemos acostumbrado, normalizando muchas veces un número más de la lista, cuando son vidas que fueron arrebatadas injustamente. Cada una de esas 745 vidas tienen nombre e historias de vida.
Hoy, un año después de haber iniciado escribiendo este texto, pienso en lo mucho que se me ha dificultado poner en palabras latentes y justas para mostrar todas las barbaries que vemos casi a diario en la prensa amarillista.
Sin embargo, veo en este ocho de marzo una nueva oportunidad para juntarme con mis amigas y salir de la mano con ellas recorriendo las calles de esta ciudad que también nos pertenece; recordar a todas las mujeres que ya no están presentes y a las que han caído en el camino. Es una nueva oportunidad para abrazarlas, abrazar a mis ancestras y a quienes también marchan con sus propias motivaciones.
Nunca será tarde recordar que salir a marchar o alzar nuestra voz de nuestras formas diremos cuánto seguimos presentes. Si bien aún falta mucho por lograr, quisiera regalarme un poco de esperanza y a mis cercanas de que vamos por buen camino.