El dulce químico de la neblina un mundo revelado por Jacobo Correa (1)

El dulce químico de la neblina: un mundo revelado por Jacobo Correa.

Texto por: Andrés Felipe Rivera Motato

Fotos por: Jacobo CorreaAndrés C. Valencia 

En el corazón de los andes, donde las nubes danzan perpetuamente entre montañas y el aroma de un aire fresco, reside Jacobo Correa. A sus espaldas, una Barranquilla calurosa pero, para él, asfixiante, quedó como un recuerdo de un pasado donde la expresión artística luchaba por florecer entre la inseguridad y la falta de espacios. Hoy, este ingeniero de calidad de software de día, se transforma al caer la tarde en un alquimista de la luz, un fotógrafo analógico que rescata la belleza de lo tangible en un mundo dominado por lo digital.

Su llegada a Manizales fue un respiro, un escape de la ansiedad que lo atenazaba en la urbe caribeña. «Tomé unas vacaciones acá y sentí una paz, y dije: ‘No, aquí es'», recuerda. Atrás quedó una relación sentimental y la sensación de inseguridad constante. En la ciudad, encontró un lienzo en blanco donde plasmar su necesidad de expresión, una inquietud que lo había acompañado desde sus años de estudiante de idiomas, interrumpidos por la constante pulsión del dibujo, la música y las primeras capturas con la cámara de su celular.

Fue precisamente aquí, hace apenas tres años, donde una cámara analógica llegó a sus manos para cambiarlo todo.

«Llegué aquí a Manizales y no tenía ningún contacto de nada, cero, ni amigos, ni nada, solo mi hermano», rememora. La ciudad que su madre le había pintado como un epicentro bohemio y artístico lo impulsó a salir de su encierro.

Su interés por la moda lo llevó a contactar al decano de la facultad de diseño de la Universidad Autónoma, abriéndole las puertas a las pasarelas y, sin saberlo, a una nueva comunidad. De pronto, la timidez se desvaneció, y Jacobo se encontró retratando conciertos de jazz en el Colombo, obras de teatro y hasta propuestas artísticas internacionales.

Sin embargo, la verdadera epifanía llegó con el descubrimiento de la fotografía analógica. Un flechazo que trascendió la moda vintage para conectar con una historia familiar olvidada. «Algo como revelador que me pasó en esa investigación del análogo fue que a mí me dijeron que mi abuelo por parte de mamá era fotógrafo», cuenta con un brillo en los ojos. Una cámara heredada, aunque inservible, se convirtió en un legado inspirador, un hilo conductor con un pasado que nunca conoció. «Yo quiero continuar con lo que él estaba haciendo. Y además que nunca lo conocí. Y ahí fue que empezó el amor por el analógico.»

En una ciudad donde los recursos para la fotografía analógica escasean, Jacobo se convirtió en un autodidacta. Investigó químicos, rollos, cámaras y procesos de revelado a través de internet. «Todo lo aprendí por mi cuenta», afirma. Su primer rollo fue un error, una lección sobre la paciencia y la precisión que requiere este arte. Pero la perseverancia dio sus frutos, y lo que comenzó como un hobby personal se transformó en un servicio inesperado. La curiosidad y la nostalgia por lo tangible llevaron a otros a buscarlo, creando un pequeño pero significativo movimiento analógico en la ciudad. «No es como el yo querer vender, sino que me forzaban ellos a vender», explica con humildad.

Para Jacobo, tanto el acto de capturar la imagen como el ritual del revelado son intrínsecamente placenteros. «Le digo que las dos me encantan. O sea, porque si no tengo nada que revelar como que tengo que buscar, me gustan las dos cosas.» Revelar es revivir instantes, darles una nueva vida en la penumbra del cuarto oscuro, un proceso que contrasta con la inmediatez y la frialdad del mundo digital. «Para mí lo digital, al menos con la cámara que uso, le encuentro muy falsa. Entonces no siento como esa misma conexión», sentencia. La fotografía analógica, en cambio, exige una conexión profunda con el sujeto, una conciencia de cada fotograma como una oportunidad única.

La luz, para Jacobo, es la esencia misma de su arte. «La luz es todo en la fotografía. O sea, sin luz, no…», reflexiona, dejando la frase inconclusa, como si la respuesta fuera tan obvia que no necesitara palabras. Es esa luz, a menudo filtrada por la característica neblina manizaleña, la que busca plasmar en su proyecto soñado: un fotolibro dedicado a la vida en la ciudad bajo la lluvia. «Me gustaría como hacer ese proyecto de cómo se ve la ciudad en la lluvia. Me gusta que es algo diferente que tú no ves en Barranquilla.»

Aunque su corazón ahora palpita al ritmo pausado de Manizales, Jacobo no olvida su origen. Pero la calidez humana y la efervescencia artística que ha encontrado aquí lo han arraigado profundamente. «Aquí siempre hay cosas para ver y para hacer. Como que hay mucho jazz, eso me gusta mucho. Y el teatro siempre también.» Incluso la lluvia, omnipresente en este rincón de Colombia, ha encontrado un nuevo significado en su lente, una persistencia vital que contrasta con la parálisis que a veces impone el calor sofocante de su ciudad natal.

Con su apariencia desenfadada y una pasión contagiosa, Jacobo Correa es como un faro para aquellos que buscan la autenticidad en la imagen, la belleza en el proceso y la conexión humana detrás de cada captura. Su trabajo analógico no es solo una técnica, sino una filosofía de vida, una búsqueda constante de la luz en medio de la niebla, revelando no solo paisajes y rostros, sino también las emociones profundas que los habitan. En cada fotografía, Jacobo detiene el tiempo e invita a contemplar la belleza pausada y tangible de un mundo que a menudo olvidamos en la vertiginosa era digital.

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