JORGE HURTADO FOTÓGRAFO 03:25_8

Fantasmas de luz: un viaje nostálgico por la historia fotográfica de Jorge Hurtado

Texto por: Valeria Cipriano

Fotos por: Valeria Cipriano – Archivo fotográfico Jorge Hurtado

La luz tenue del estudio, impregnada del aroma nostálgico de químicos y papel fotográfico, parece evocar fantasmas de antaño. En este santuario de la imagen fija, la voz gruesa y pausada del fotógrafo Jorge Hurtado, nos transporta a un universo donde la herencia familiar se entrelaza con la evolución de un arte que ha sido testigo mudo de la transformación de Manizales y su gente. 

La pasión por capturar instantes corría por las venas de su linaje. Su madre, Fanny López, encontró en la fotografía no solo un pasatiempo, sino también el destino de unirse con el padre de Jorge, Víctor Hurtado, quien moldeó innumerables recuerdos de la ciudad en el pasado. Ella, la estricta maestra del laboratorio a blanco y negro, le legó a Jorge el misticismo del cuarto oscuro, mientras que de su padre absorbió la danza entre la cámara y la luz. 

Sin embargo, la primera chispa de su propia aventura fotográfica no provino de las manos paternas, sino de las cámaras olvidadas de su abuelo; un hobby entrañable de sus últimos años, es también el recuerdo más vívido que su nieto atesora de su faceta como fotógrafo amateur. «La primera fotografía la tomé a los ocho años, no con la cámara de mi papá sino con una cámara de mi abuelo. De hecho, tenía la afición por la fotografía estereoscópica, que son unas cámaras que hacían dos fotografías simultáneamente con la variación del ángulo de uno de los lentes», explica. 

Las primeras capturas de su propia historia visual la realizó a los ocho años, empuñando una cámara de fuelle similar a la que portaba su padre, una compañera inseparable en sus recorridos por la ciudad, logrando inmortalizar paisajes y la sobria belleza de la clásica arquitectura de Manizales en los años 40. Con aquel aparato, realizó tres disparos –que fueron los únicos en ver la luz de ese rollo–. Retrató la finca de sus abuelos, las matas de café y un tanque de agua. Un acto espontáneo, casi sin la consciencia del mismo legado que empezaba a forjarse. 

La infancia de Jorge transcurrió en la alquimia del laboratorio fotográfico de sus padres. Aquella habitación se convirtió en un universo en sí mismo y, desde la perspectiva de un infante, era un patio de juegos más. Con su triciclo adornado con una linterna roja, podía aventurarse en la penumbra reveladora, un presagio para su futuro. 

«Ya a la edad de 15 años, estaba muy entusiasmado con el cuento. Ya revelaba mis fotos bajo la supervisión y exigencias de mi mamá. Eso me llevó a aprender la técnica de laboratorio y a ser muy purista en eso», cuenta Jorge. 

Su padre, reconociendo la dedicación del joven, le confió el revelado de los numerosos rollos de aficionados que llegaban al estudio de la familia. Fue por esa época cuando, con sus primeras ganancias, ahorró para comprar su primera cámara: una Pentax SP 1000. 

Luego vendría una Flexaret Checa, con la que se adentraría casi por accidente en el mundo de la fotografía de bodas. Al recibir el encargo inesperado de su padre para cubrir la boda de una prima de su madre, se lanzó a esta experiencia inexplorada luego de que el fotógrafo oficial cancelara a última hora. 

Con la formalidad de la corbata impuesta, descubrió su fascinación por encuadrar la novia, el vestido y la esencia de aquellos instantes efímeros de las bodas. Esa timidez inicial se fue disipando al compás de los flashes y las sonrisas de los invitados. 

Con una sonrisa espontánea evoca la transformación radical de las bodas. Recuerda entonces cómo la fotografía era un ritual protocolario, con poses formales y grupos cuidadosamente organizados. Hoy, las bodas son una fiesta, una explosión de espontaneidad y alegría, donde la torta ha perdido su protagonismo y los novios comparten la celebración con sus invitados. La inmediatez de la tecnología digital ha revolucionado la captura y el envío de imágenes, contrastando con la paciencia y la meticulosidad de la era analógica.

Su lente también retrató  la convulsa realidad de la época. El secuestro del político Fernando Londoño Londoño lo llevó a cubrir la noticia para Diario Occidente,  periódico de Cali. Sus inicios como freelance para La Patria lo acercaron al mundo taurino, inmortalizando las corridas, pero fue el secuestro de Londoño, en junio de 1970, lo que marcó su primera cobertura para un medio: «Me llevaron en un transmóvil de transmisora Caldas. Me llevaron hasta la Hacienda la Arabia y allí hice fotos de la casa. En ese momento salió el hijo, Fernando Londoño Hoyos, casi a pegarme, entonces corrimos y nos perdimos de allí», recuerda. 

Su legado personal también se nutre del invaluable archivo fotográfico de su padre, unas 1.200 imágenes que capturan la evolución arquitectónica de Manizales entre 1946 y 1962, así como conmovedoras fotografías del Parque Nacional Natural los Nevados, un testimonio visual del retroceso glacial. Su padre, su primer gran maestro, junto con Alberto Seidel Villegas, un generoso ingeniero cartográfico y fotógrafo, fueron quienes le transmitieron las técnicas y conocimientos, incluyendo el arte de los murales fotográficos, uno de los cuales perduró durante décadas en el Instituto de Crédito Territorial.

Sus dedos arrugados revisitan el archivo de padre con el pulso firme que solo los años de experiencia en la fotografía le han dejado. Observando los negativos contra alguna fuente de luz, los ojos de Jorge se iluminan al mirar las fotografías de su padre que alguna vez fueron tomadas con tanta dedicación y cuidado. Sintiéndose orgulloso de su legado e historia familiar, vuelve a guardar las láminas en los sobres que se encuentran marcadas con el lugar y la fecha de cada imagen. 

Hoy, rodeado de cámaras que atesoran historias y recuerdos, reflexiona sobre el presente y el futuro de la fotografía. «Hoy no hay límites para la creatividad», complementa.

Sus hijas, aunque no siguieron sus pasos profesionalmente, han heredado su ojo creativo, explorando las posibilidades de la fotografía móvil. La idea de reactivar el laboratorio analógico, un espacio cargado de memorias, resurge como un anhelo nostálgico.

Ese rincón del estudio, adornado con fotografías y una placa en honor a su padre, es un tributo a una pasión que ha marcado su vida. Las imágenes, algunas decoloradas por el tiempo, evocan un pasado que se resiste a desaparecer. La transición a lo digital ha sido inevitable, pero la magia del cuarto oscuro y la meticulosidad de la fotografía analógica siguen latiendo en su memoria.

Jorge Hurtado, un señor de andar pausado, recorre su lugar de trabajo, repasando su colección de cámaras análogas. Con más de 50 años de experiencia, continúa activo en el mundo de la imagen fija, desempeñándose como retratista y fotógrafo de bodas. 

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