Texto por: Andrés F. Rivera Motato
Fotos por: Giovanny londoño y Juan José Peñaranda
En un mundo donde la velocidad y la adrenalina se venden como espectáculos de lujo, las competencias de carritos de balineras en Manizales se alzan como una experiencia auténtica y gratuita que no necesita millones de inversión para conquistar corazones.
Mientras en Mónaco las miradas se concentran en la Fórmula 1 y en Europa las competencias de ciclismo y automotores atraen multitudes que abarrotan calles, esta ciudad, abrazada por las lomas, celebra una tradición que nació de su topografía: un deporte criollo que transforma pendientes empinadas en pistas que une familias y barrios enteros de pura emoción. Con una sencillez que contrasta con los complejos escenarios del MotoGP o los desfiles de autos de carreras patrocinados por gigantes marcas, Manizales ofrece a sus habitantes y visitantes una experiencia cercana y participativa. Aquí no hace falta un boleto costoso; basta con la emoción de ser espectador o, para los más atrevidos, convertirse en competidor.
El deporte criollo que conecta con el mundo
En este escenario, cada año surge una historia que se entrelaza con el rugir metálico de las balineras al descender por calles empinadas. Una de ellas es la de Emmanuel Gonzales, un chico manizaleño de 16 años, que desde los 5 encuentra en las competencias de balineras su más grande fascinación. Desde pequeño, solía despertar a sus padres temprano durante cada edición de la Feria de Manizales, insistiendo en llegar a tiempo a las rutas por donde pasaría la válida. Para él, aquellos segundos en los que los carritos cruzan frente a sus ojos son mágicos, él lo describe como una explosión de adrenalina que lo hace sentir vivo.
Emmanuel tiene grabado un recuerdo que marcó su relación con este deporte. “Era una mañana de enero en las curvas de La Sultana, cuando un competidor perdió el control en un giro cerrado y se estrelló con fuerza contra un muro improvisado de llantas. Desde entonces, aquella curva se convirtió en mi punto de observación favorito. Siempre me paro ahí», dice Emmanuel, mientras sostiene su celular en alto para grabar cada categoria que desciende.
Las competencias de carritos de balineras en la Feria de Manizales no son una novedad; llevan más de cinco décadas rodando entre las empinadas calles de la ciudad. Según relató Daniel Aranzazu, para un artículo de Radio Nacional de Colombia en el 2022, esta tradición se remonta a tiempos en los que las estructuras de los carritos eran pesadas y rústicas. “Hace cincuenta años yo empecé en este cuento. Cuando eso teníamos estructuras de madera más pesadas y las balineras no eran tan modernas como las de ahora. Como todos andábamos de pantalón de drill y zapatillas, así mismo competíamos”, relató Daniel con nostalgia.
Imagen tomada en 1969
En aquellos días, uno de los tramos más importantes conectaba el sector de Fundadores con Villamaría, atravesando la vía antigua. “Esto ha sido una tradición de siempre en Manizales. La gente sale a ver a quienes somos valientes y nos tiramos por las calles, porque hay que tener nervios de acero”, recuerda don Daniel. En 1965, junto a su copiloto Óscar Zapata, logró un segundo lugar que aún guarda en su memoria como un triunfo personal.
La nueva Sangre de los deportes de inercia
Con el paso del tiempo, los recorridos y las reglas han evolucionado, adaptándose a los cambios urbanos y las demandas de seguridad. Aunque rutas como la de Villamaría o la de Fátima han quedado en el recuerdo, otras se han mantenido como constantes en el calendario de competencias. Entre las más populares están los descensos de Batallón–Expoferias, La Sultana–La Toscana y Chipre–La Francia, escenarios que cada año convocan a centenares de espectadores y participantes.
Para esta edición de la Feria, una de las novedades más comentadas fue la inclusión del tramo entre Plaza 51 y La Asunción, un recorrido técnico que puso a prueba tanto a los competidores veteranos como a los nuevos. Este cambio no solo renovó el interés del público, sino que también permitió explorar nuevas rutas en una ciudad que se adapta constantemente a los desafíos de su topografía.
En los últimos años, las competencias de carritos de balineras han evolucionado para incluir nuevas modalidades que fomentan la participación y la inclusión. Además de los clásicos carritos de madera, ahora participan triciclos, sillas de ruedas adaptadas y patinetas, brindando la oportunidad a personas con discapacidades físicas de experimentar la adrenalina de descender por las empinadas calles de Manizales.
Las tres ruedas en un solo corazón
Deambulando entre los triciclos, destacó una escena peculiar: la familia Londoño Valencia, compuesta por Mauricio, Daniela y su hija Emili. Para ellos, los triciclos no son solo un deporte, sino un vehículo de amor y compromiso. Cada descenso por las calles es una oportunidad para fortalecer sus lazos familiares mientras comparten la adrenalina que los une. «Es un estilo de vida», asegura Mauricio Londoño, el padre, quien fue el primero en incursionar en este mundo hace más de una década.
Emili Londoño, la hija de la familia, compite con un triciclo que tiene una historia especial: fue el primero que su padre utilizó en una carrera. «Es algo único», dice con orgullo. Desde pequeña, fue testigo de la pasión de sus padres por este deporte, y hoy, gracias a su ejemplo, se ha convertido en una competidora destacada. Aunque reconoce que el inicio de cada descenso es aterrador, pronto la emoción toma el control. «Es una felicidad increíble llegar al final y ver a tus compañeros», cuenta con una sonrisa.
Daniela Valencia, la madre, admite que al principio sentía temor al ver a su hija en las competencias. Sin embargo, su apoyo incondicional la ha llevado a ser parte activa de esta aventura. «Yo también empecé en una pista improvisada con una amiga, y desde ahí no he parado», relata. Para ella, la Feria de Manizales tiene un significado especial, ya que fue el escenario donde, en sus inicios, compitió contra hombres y logró ganar dos veces. «Es un evento lleno de emoción», afirma.
Todo comenzó cuando Mauricio, el padre, acompañaba a un amigo a las competencias de balineras en Manizales. Un día, descubrió los triciclos y decidió que quería ser parte de esa experiencia. «Mi amigo me ayudó a fabricar mi primer triciclo, y desde entonces no he parado», comenta. Poco a poco, involucró a su esposa y a su hija, formando un equipo que no solo compite, sino que también disfruta cada evento como una experiencia familiar.
La familia Londoño Valencia no se limita a las pistas locales. Han participado en competencias nacionales y sueñan con enfrentarse a los retos de eventos internacionales como el festival «La Independencia», que reúne a competidores de todo el mundo. «Es increíble ver cómo este deporte une a personas de diferentes países», dice Mauricio. Para ellos, los triciclos representan más que velocidad: son una forma de vida que los conecta como familia y los impulsa a superar límites juntos.
Aunque este deporte de inercia se practica en diferentes lugares del mundo bajo nombres y formatos variados, es posible que Manizales haya sido pionera en convertir sus calles en un escenario relevantes para estas competencias. Inspirados por la creatividad y la audacia de sus habitantes, este modelo tradicional ha evolucionado al punto de influir en eventos internacionales como el «Red Bull Balineras Race», una competencia global donde personas disfrazadas descienden en vehículos ingeniosos y extravagantes. Imaginamos un futuro donde marcas de esta talla formen parte de la Feria de Manizales, apoyando estas carreras con patrocinio, profesionalización y premios más dignos para los competidores que, arriesgando sus vidas y haciendo de este deporte su pasión, continúan rodando con el corazón por nuestras calles.
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