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Nota mental: no olvidar a Pablo Villa

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Opinión por Andrés Rodelo.

Estar de acuerdo todo el tiempo es aburrido. En cambio, el desacuerdo ilumina, siempre y cuando se exprese desde una perspectiva interesante, desde una aproximación inusitada. Hablo de esos contraargumentos que rompen con la unanimidad y hacen que algunos se digan: «Ve, sí» o «Absolutamente no». Lo que cuenta es contribuir al debate.

No me refiero a quienes buscan una vía forzada para dar una opinión en contra, gente que sobreactúa en su esfuerzo por apartarse de una visión general. Darse cuenta de que alguien piensa lo mismo que tú puede ser maravilloso, pero es tedioso embarcarse en un largo ciclo de aprobación a todo lo que escuchas y dices.

Los debates sobre cine perdieron a un valioso interlocutor en Caldas, se respira un conformismo y una ausencia de discusión, con el desinterés y la aprobación a cualquier cosa que pienses. Hablo del retirado cineasta Pablo Villa, el villano del cine, el que cuestionaba certezas y costumbres, casi siempre no por la pataleta de posicionarse en contra, sino motivado por desatar una crisis en tus postulados y por enseñarte un camino que no habías previsto.

Yo le agradezco por ponerme en contacto con modelos para procesar el cine como un sentimiento porque, si hay algo que le interesa, son las emociones que generan las películas y el arte. Te desarma cuando llegas con ideas cerebrales, cuando evalúas una cinta como si fueras una máquina. Por supuesto, el intelecto no queda descartado completamente de su método, pero las emociones ocupan el centro de su sistema. «Las películas se sienten primero en el estómago y luego suben a la cabeza», decía. «¿Qué les hizo sentir esta película?», preguntaba en sus talleres.

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El retirado cineasta manizaleño Pablo Villa, durante el rodaje de Gaseosa, tercer largometraje en la historia de Manizales. Foto: Archivo de Pablo Villa.

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Con emociones no hablo de la sensiblería y cursilería típicas de cierto cine de Hollywood. Forrest Gump (1994) no es emoción, sino manipulación. Lo que Villa rastreaba eran mecanismos que tocaran fibras profundas en el espectador, aunque sin recurrir a trucos baratos, con la altura artística siempre en el horizonte. Y cuando los encontraba hablaba de ellos con entusiasmo, insistía en la diferencia que separaba a esas grandes obras de las demás.

Sus consentidos eran John Cassavettes, Apichatpong Weerasethakul, Lucrecia Martel, Satyajit Ray, Michelangelo Antonioni, Jean Renoir, Federico Fellini, entre otros. Por el otro lado, Quentin Tarantino y Stanley Kubrick encabezaban la lista negra de «fraudes del cine», como los denomina. No tenía pelos en la lengua para decirlo, lo que desató que muchos corrieran espantados ante su vehemencia e inexistente disposición para conciliar lo que creía. Otros nos quedamos a su lado y comenzamos a VER.

Dirigió la Fundación Fellini, iniciativa que desarrolló talleres de producción y apreciación cinematográfica en Manizales y Caldas. El legado de esta organización dejó dos obras que considero importantes para el cine del departamento: el cortometraje El Solecito del Parque, de Tatiana Ospina Holguín, y el largometraje Gaseosa, dirigido por él mismo. Desde que la Fundación cerró en el 2016, Pablo abandonó su papel de referente del cine local, algo que traicionó en contadas ocasiones para dictar conferencias, entre ellas una sobre Jean Renoir realizada en el Teatro El Escondite.

Recientemente, ha tocado el tema del cine de manera frecuente en Facebook. Ojalá sea el preámbulo para que retome el lugar que una vez fue suyo. En ocasiones, no compartí muchos de sus argumentos y, al calor de los hechos en el presente, califiqué su labor de problemática. Sin embargo, echando la vista hacia atrás, me percato de lo mucho que necesita el cine de Caldas a un agitador de neuronas como él.

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