Gloria Vásquez, tejedora de sueños y memoria-3

Gloria Vásquez, tejedora de sueños y memoria

Texto y fotos por: Valeria Cipriano

Gloria Vásquez es una mujer serena y frágil, pero no una fragilidad que se traduce en debilidad. Esas mismas manos suyas que ahora tejen, mucho tiempo atrás se aferraron a los cimientos resquebrajados de su antiguo hogar, un hogar que le fue arrebatado a causa del conflicto armado en Colombia. 

La propia historia de Gloria está marcada por el desarraigo y la violencia. Caldense de corazón, se vio obligada a huir a Bogotá tras amenazas de muerte, viviendo una década de inseguridad y humillaciones. «Fue como recibir otro desplazamiento forzado en una ciudad», recuerda con la voz aún cargada de dolor. Intentos de quitarse la vida en medio de la desesperación sólo se detenían al pensar en sus hijos, en la necesidad de darles sustento.

Diez años después, el regreso a su tierra natal trajo consigo un diagnóstico desalentador: su corazón debilitado y sus venas obstruidas. La pérdida de cabello era un síntoma visible de su cuerpo luchando por sobrevivir. Pero en medio de la oscuridad, el trabajo colectivo con otras mujeres se convirtió en un inesperado bálsamo. «Después del tiempo que yo empecé a trabajar con las mujeres fue que me sirvió como un poquito de trabajo colectivo, algo como curativo para mí».

Las yemas de sus dedos sujetan con firmeza la aguja fina, trazan sobre el papel la ruta del hilo de la resiliencia. Esta necesidad de intervenir las fotografías del archivo familiar, llegó a ella sin saber muy bien de qué trataba. Y, considerándolo como un reto, fue instruyéndose empíricamente sobre el arte del fotobordado usando los pocos conocimientos que tenía sobre coser ropa y los tutoriales que encontraba navegando por internet. 

Para ella, el propósito de su arte es símbolo imperfecto de sanación. “Al verme cómo soy, lo frágil que soy, cada punzada tiene que ser algo curativo para mí”, dice a la vez que observa una fotografía bordada que sujeta con delicadeza sobre sus manos. “Aquí la idea no es decir ‘qué hermosa foto’, sino preguntarse qué aprendí y cómo quiero continuar con ese proceso”.

Camina con parsimonia por su cocina de paredes amarillas que le brinda un poco de calidez a la amargura de sus recuerdos, viéndose a sí misma en un paralelo de su vida pasada y la actual. La tenue luz de media tarde se filtra por entre de las amplias ventanas que dejan a la vista una pequeña huerta llena de maleza. Su hijo Ángel escuchaba atento lo que su madre tenía por decir. 

Con su arte encontró no solo una manera de perdonar y resignificar todo aquel dolor causado por terceros, se convirtió también en una potente herramienta para honrar la memoria de los sobrevivientes a la guerra interna. A través de la colectividad, se permitió crear redes de apoyo entre más mujeres víctimas que seguían sumergidas en la pesadilla de sus diversos pasados. “La enseñanza es una riqueza enorme para uno porque cada vez que tú enseñas, aprendes. Me siento bien cuando alguien me dice ‘Gloria, gracias, lo necesitaba”. 

“Tejer una foto es a otro nivel porque es que el papel se daña», explica, revelando poco a poco sus trucos. Fotografías de gramaje especial, protegidas con una capa de cinta adhesiva, se convierten en lienzos frágiles donde el punzón se consolida como el aliado perfecto. Con él Gloria guía la aguja y rotula los contornos de una flor imaginaria, una metáfora de la vida misma: marcada, cicatrizada, pero susceptible de ser remendada con amor.

Se convirtió en un espejo donde mujeres con la autoestima hecha trizas por los sucesos de la vida podían reconocer su propio valor. «Cuando uno tiene la autoestima baja, uno se cree feo, lo peor, ¿cierto? Entonces como que uno no le encuentra sentido a la vida», reflexiona, compartiendo su propia lucha contra una imagen distorsionada de sí misma. Fue al confrontar ese espejo, al rebelarse contra la auto-desvalorización, que encontró una verdad liberadora: «Yo no soy fea, soy una mujer especial. Todas las mujeres somos especiales».

En sus talleres Gloria no solo enseña puntadas, siembra también semillas de amor propio. Chocolatinas, mensajes de aliento y el reconocimiento constante de su valor son parte de un proceso «más curativo» que un “simple entretenimiento”. Observa con ojo atento a sus alumnas, intuyendo cuándo una herida comienza a cicatrizar, cuándo una mujer está lista para alzar vuelo hacia nuevos proyectos, incluso como auxiliares en actividades con niños.

Hoy Gloria ha transformado su propio sufrimiento en un faro de esperanza para otras. Su taller de fotobordado, además de ser un espacio de creatividad, es un santuario donde las heridas invisibles se remiendan con paciencia y amor. Cada puntada es un paso hacia la reconstrucción;cada hilo, un lazo que une historias rotas. 

En las manos de Gloria y sus alumnas las fotografías —antes fragmentos estáticos del pasado— se convierten en lienzos vivos, bordados con la pasión de quienes se niegan a ser definidos por el dolor y eligen, puntada a puntada, tejer un nuevo futuro. Quizás, como ella misma sugiere, con una sabiduría nacida de la experiencia, esas horas dedicadas al fotobordado sean en realidad «horas de sueño», un espacio onírico donde el espíritu encuentra el descanso y la fuerza para seguir adelante, impulsado por la belleza que emerge de las propias manos.

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