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El turista, sátira mordaz de formas sencillas

Texto por: Rafael Santander Arias 

Fotos por: Andrés C. Valencia

Sumándose a la celebración del día Internacional del Teatro celebrada el pasado 27 de marzo a través de la Ruta del Teatro, la Alianza Francesa de Manizales, y como parte de su celebración de la Francofonía, puso su cuota para este año el 25 de marzo en la sala del Teatro Tich con El turista, traída directamente de Bélgica, esta obra de comedia física en apariencia simple e inocua permite traer a discusión el controversial tema del turismo.

La sencillez evidente en la superficie de El turista no debe engañarnos. Un comentario mordaz e inteligente se oculta tras la serie de números de comedia física que nos muestran cómo un turista llega a la ciudad, instala una carpa, toma unas fotos y se acuesta a dormir. Desde que el protagonista entra en escena hay una subversión fundamental, nosotros somos los observados, el actor se convierte en espectador y el público el espectáculo. Desde ese momento y a lo largo de toda la obra, hay diversos momentos en los que como público hacemos cosas para satisfacer al turista, e incluso algunas de nuestras risas son producidas por personas del público más que por las acciones del turista. A esta obra vamos a ser objetos, tanto de entretenimiento como de fascinación del visitante, vivimos la experiencia del lugareño exotizado.

En gestos como esta alteración de la dinámica de poder del teatro reside la genialidad de la obra, cobijada por el poder subversivo de la comedia. Todo como producto de un pequeño juego: la transgresión de una ley no escrita, en este caso de que al teatro se va a mirar pasivamente actores actuar y no a ser mirado por ellos, mucho menos a ser sus cómplices.

Asimismo, dentro del propio espíritu de la comedia, el argumento es casi inexistente, así como los diálogos y en primer plano queda expuesto el cuerpo y sus funciones más básicas: la digestión, la sexualidad y el sueño.

La sola mención de estos elementos puede escandalizar a algunos simpatizantes de «lo cultural», los mismos permiten entender ese desprecio natural de la mente moderna hacia lo cómico, tan lejano de las estructuras abigarradas, el lenguaje anquilosado, el fraseo alrevesado, las emociones sublimadas y el intelecto estimulado por el mito de la alta cultura y por poco más que eso.

A estas alturas del texto las mentes modernas ya habrán abandonado, así como hubieran podido abandonar rápidamente la sala ante la sencillez del texto y el abuso de onomatopeyas y palabras repetidas incesantemente hasta alcanzar el valor de onomatopeya después de perder su significado como «wow» y «profesional».

El cuerpo del viajero es el protagonista en esta obra pues es el que sufre diversas alteraciones desde el inicio, deformaciones temporales producidas por la interacción del turista con sus herramientas: un mapa, una carpa, un asiento y, finalmente, ese sleeping que se hace uno con él para convertirse en un gusano y que al día siguiente, en un chiste de resonancia kafkiana, amanezca convertido en una mariposa, un horrible insecto también: mitad orgánico y mitad industrial que a diferencia de su contraparte narrativa vuela y baila al ritmo de Always Look on the Bright Side of Life de Monty Python para culminar la función.

Esta simbiosis entre persona y producto industrial hace parte de toda la obra, pero quizás aparte del momento final, se puede apreciar muy notablemente también en el número con la cámara fotográfica, la cual se repara a través del erotismo, es seduciéndola que vuelve a funcionar. El turista establece ese tipo de relaciones con los objetos, se adapta a estos, permite que lo condicionen. Aquí parece estar la clave de la dramaturgia de la obra: el turista es el antagonista de su cuerpo, que sufre a lo largo de la obra entera. Como comentario posible también podríamos preguntarnos si no es el turista un antagonista a gran escala de lo orgánico, de la naturaleza entera, no solo de la suya propia. En el fondo la obra expone un conflicto moderno típico: la civilización contra la naturaleza y el lugar de la lucha es el cuerpo del turista. El mapa, la carpa, la cámara y el asiento son todos obstáculos que le impiden disfrutar del viento, de la lluvia, de la noche, de todo lo que configura la experiencia del viaje. Se desconoce el territorio, el clima, el paisaje y la textura de la montaña en medio de todas estas comodidades.


Un turista es en el fondo un pequeño colonizador que impone su cultura en los territorios que visita en lugar de permitirse ser transformado por la experiencia del viaje. Y así como —consciente o inconscientemente— desde su mentalidad moderna es natural que rechace todo aquello que representa una diferencia cultural, desde su intestino es también natural que rechace toda esa diferencia cultural que consume. Por eso el comentario al final de Ruddy Godin, creador y único intérprete de la obra, refiriéndose a la turista como una enfermedad del tracto digestivo que le da a los pobladores del hemisferio norte por consumir alimentos típicos de las culturas ecuatoriales. A fin de cuentas el intestino es el segundo cerebro.

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