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Prohibido suicidarse en primavera: un clásico controversial urgente en Manizales

Texto por: Rafael Santander

Fotos por: Andrés Camilo Valencia Chica

El estatus de clásico de una obra se reafirma cada vez que una nueva audiencia con su visión la refresca y reconoce su relevancia presente, su actualidad. Este 21 de febrero el grupo juvenil del teatro El Escondite, bajo la dirección de Bredy Gallego, en la sala de teatro de la compañía, a través de su montaje del texto Prohibido suicidarse en primavera, confirmó la condición de clásico del autor Alejandro Casona, un español exiliado en latinoamérica por la dictadura franquista, exponente teatral del grupo de escritores conocidos como generación del 27.

Ante la pregunta por qué determina lo clásico, pese a la diversidad de opiniones al respecto que pueda haber, sí deberían resultar algunos criterios comunes que hacen referencia a la “intemporalidad” de una obra, que sea “inmortal” o “eterna”, es decir, que llegue a diferentes generaciones en diferentes contextos y que siga generando interés después de que haya salido de su contexto —que lo “trascienda”. Y para poder trascender este contexto se apela normalmente a unos “valores universales” de la obra porque apelan a nuestra “naturaleza humana”, es decir, que sus temas hablan a la humanidad en general a lo largo de diversas épocas.

Vale la pena aclarar que la universalidad de estos clásicos es tan restringida como la belleza de las miss universo, que la inmortalidad de una obra puede durar solo un par de décadas y que estas ideas de qué constituye la naturaleza humana cambian  según épocas y lugares. Siendo así, una obra escrita hace 88 años ha durado bastante tiempo.

Entre los asistentes a la función en El Escondite el texto fue lo que mereció más comentarios: la originalidad en la forma de abordar el suicidio, la invitación a tratar un tema tabú, la identificación del público con algunos personajes y situaciones que sintetiza muy bien el comentario de una de las presentes: «refleja una realidad mental que se vive en sociedad. Es una aproximación desde la otredad a los dolores humanos».

Produce curiosidad la sensibilidad del público, cuyos comentarios apelaban constantemente a la empatía, a sentirse identificados con el dolor de personajes como Juan, Chole y El amante imaginario. El público general además consideró la obra “muy actual”, y estaba sorprendida con la calidad del texto. A 88 años de su estreno en un contexto completamente diferente al de Casona sigue teniendo algo para decir.

El título de la obra Prohibido suicidarse en primavera es significativo por la inclusión de ese verbo tabú, por lo ridículo que puede resultar prohibirle algo a un suicida y porque la palabra primavera trae consigo las ideas de florecimiento y esperanza. La obra resuena en una ciudad en la que hay una de las más altas tasas de intentos de suicidio en el país y que viene en aumento con los años. La sola elección de montar este título es valiente, así como también hay valor en la dramaturgia y la propia exhibición del montaje. Poder reírse de un tema como el suicidio nos permite desafiar el tabú y al señalar el fenómeno y romper el implícito pacto de silencio que lo rodea, podemos permitirnos dialogar con este y sobre este, lo cual siempre es importante cuando tratamos un tema que nos afecta profundamente como sociedad.

El elefante en la habitación en esta ciudad es el extraño monumento erigido al suicidio, esa solución ad hoc tan poco estética en el puente Vizcaya de las pantallas transparentes ubicadas sobre el pasamanos para evitar que la gente salte y que viene acompañado por una pareja de policías que parecieran encargados de hacer cumplir la ley que prohíbe el suicidio. Esto junto con las iniciativas ciudadanas y de privados de pintar el puente de colores, dejar mensajes pegados sobre las pantallas y escribir frases motivacionales en el asfalto, coronadas por un ramo de logotipos de empresas patrocinadoras de la intervención, el puente se convierte en una parodia digna del universo literario de David Foster Wallace, el negativo siniestro del sanatorio del doctor Ariel.

Este puente parece más un monumento a la desconfianza: la privación de toda posibilidad de decidir sobre la propia vida, sazonada con frases motivacionales como respuesta a una inherente desconfianza en el ser humano; mientras que en la obra de Casona se le presentaba a los suicidas todas las alternativas para quitarse la vida porque el doctor Ariel estaba convencido de que el deseo de vivir es superior al de morir. Aquí podemos ver algunas ideas del autor que para el día de hoy resultan controversiales, pues la obra parece afirmar que la gente realmente no quiere suicidarse, sino que por el contrario en cada intento de suicidio hay una demanda de amor no correspondido. Puedo estar de acuerdo parcialmente con la idea que nos deja el final, que a través del amor se puede “sanar” al suicida, pero las ideas de amor presentes en la obra sí se sienten desactualizadas y obtusas —formas del amor romántico y familiar movidos principalmente por la pasión, dicho de otro modo: un amor que duele, muy acorde con ideas del cristianismo más anticuado y ortodoxo que glorifica el sufrimiento.

Con respecto al montaje hay poco que decir. La virtud de la dramaturgia de Casona: la situación dramática, la ironía y el sarcasmo del autor brillan en el escenario y en la boca de los intérpretes. Intriga y carcajadas hay por montones gracias a un texto dramático muy bien logrado, capaz de aguantar incluso la adaptación a un contexto manizaleño contemporáneo para hacerlo más accesible al público cuya redacción y dicción chocan con un texto original que se nota que intentaron reproducir con esfuerzo. Podría entrar en minucias sobre las decisiones de la música, de la puesta en escena, de la escenografía, la caracterización de los personajes, pero esta minucia no es tan importante como la preocupante conjunción de un grupo de actores muy jóvenes (quienes por sus interpretaciones evidencian falta de experiencia vital, cosa que se soluciona con los años) y un director que no estuvo presente en la función.

En términos generales la obra logra apelar a un público general, después de un primer acto lleno de informaciones entregadas con poco drama, a partir del segundo acto el montaje fluye entre carcajadas y momentos de tensión que hacia el final resultan agotadores por la intensidad emocional y el histrionismo tan altos y constantes del tercer acto. Un gesto valiente, un elenco valiente, una obra que resulta un poco anticuada pero que le habla a nuestro contexto de intentos de suicidio y, desafortunadamente, una puesta en escena también anticuada que al darle tanta relevancia a los diálogos del texto original no le permite a los intérpretes —sus voces y sus cuerpos— explorar a plenitud sus capacidades actorales.

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